Tanto Jauretche como Cooke fueron reconocidos militantes, y sin dudar, el efecto generado por ellos se vio de manera empírica reflejado en lo que fue aquel 17. Quizás no haya imagen más clara de lo que significa ser militante que entender que, pese a las miles de adversidades, una masa popular se encontró reunida allí para celebrar la vuelta del líder que les dio voz, y voto. A su vez, en esta necesidad histórica de no ver a las Fuerzas Armadas como enemigos, se puede destacar cómo el sustantivo y la concepción peronista del verbo “militar” confluyeron en el mismo significado durante la Batalla de la Vuelta de Obligado de 1845. Es interesante que en el Día del Militante se entienda que, a veces, el desprecio por los militares no hace más que acrecentar un sentimiento cipayo que aleja al pueblo de la soberanía. Merecidísimo es el homenaje hacia aquellos militares militantes que dieron su vida por defender a la Patria y no entendieron a la política como la importada Doctrina de Seguridad Nacional cuyo enemigo es interno. No es en vano que la militancia haya tenido su momento máximo en apoyo a un militar, por más que les duela a muchos. El peronismo es paz y conflicto, pero no violencia, es militancia. Y así fue como Perón se fue en 1955 para evitar la sangre que la Fusiladora se empecinó en fabricar.
Adentrándonos en aquel día, ese 17 ya no de Octubre, estuvo vestido por una lluvia épica, probablemente nunca antes vista. Parecía violenta, tanto que se temía que frenara la muestra más clara de poder, y cariño, que puede llegar a tener un movimiento político: el pueblo unido celebrando en las calles. Sin embargo, no hay dudas que, ese día, la historia quiso tomar partido por el revisionismo histórico de Jauretche. Se contaba, y aún se cuenta, que la Revolución de Mayo fue hecha con señores con sus paraguas ante una significante lluvia, quizás para darle un carácter fantasioso y apolítico a un hecho revolucionario, permitiendo así la manipulación de la historia en manos de oligarcas. Bueno, acá existió una revolución con igual o peor lluvia, pero sin tantos paraguas, eso no importaba, importó más el significado político. Claro estaba, por más lluvia que hubiera, por más palos en la rueda que se intenten poner, había un pueblo herido que sólo podía cicatrizar con la llegada de Juan Domingo Perón a la República Argentina. La militancia fiel, sin paraguas ni camisas, se bancó la lluvia sin problemas, atravesando ríos sobre los asfaltos porteños con tal de que Perón vea lo intacto que permanecía el cariño del pueblo. La verdadera revolución fue la vuelta del Presidente siempre electo a quien habían proscripto durante casi 20 años. La vuelta de Perón no significó una foto, significó la trascendencia del rol del militante, y por sobre todas las cosas, la vuelta de la democracia. La vuelta de Perón implicó la necesidad de que ya no haya partidos ni candidatos proscriptos, ya volvía por fin, la posibilidad de un pueblo eligiendo en condiciones realmente libres. Aunque, por supuesto, todavía faltaba mucho para eso.
Desde 1955, el objetivo fue terminar no sólo con Perón sino que con el peronismo, es decir, con los derechos de los trabajadores. El avión no vino sólo con Perón, vino con el peronismo y con la necesidad imperiosa de hacer justicia ante tanta sangre derramada. En el pecho de aquel líder que supo conquistar a la masa del pueblo combatiendo al capital, se notaba el dolor por aquellos enfrentamientos producto del odio que se intentó sembrar desde la Fusiladora en adelante. En esta necesidad de hermanar sustantivo y verbo “militar”, imposible no recordar la valentía de Juan José Valle, teniendo en contra hasta a la FUBA, siempre resistente al peronismo, de entregar su vida al fusil de unos enfermos tan ignorantes como violentos. Siguieron años con elecciones, pero no democráticos, siguieron dictaduras. Siguió un sistema político dedicado enteramente a terminar con el peronismo, pero lo prohibido genera la resistencia. John William Cooke fue un emblema de esa resistencia, aunque no lo pudo ver volver, enseñó. Resistencia que fue apoyada por Perón, porque el peronismo no es, como algunos confundidos todavía creen, la explicitación de los intereses de una burguesía nacional, el peronismo es la transformación de las necesidades del pueblo en derechos. Después de elecciones donde el voto en blanco, representando al peronismo, ganaba; después de pérdidas de miedo ante el terror que se intentaba imponer con inyecciones de odio al pueblo desde el poder económico y político; la resistencia fue creciendo, los movimientos populares se acrecentaron. Ya en los años 60 y 70, el rol del militante era imparable, estudiantes universitarios que tenían a su líder fuera del país y que nunca lo habían podido elegir como Presidente, no iban a cruzarse de brazos ante la insistencia defraudadora de algunos pocos.
Por eso, es más que interesante destacar la obligatoriedad de reconocer este 17 de Noviembre como el Día del Militante. No sólo del militante peronista, gracias a la militancia volvió la democracia, con Perón volvió la democracia. Esa fuerza imparable, unida y organizada, fiel, luchó, sufrió y perdió compañeros por la posibilidad de poder elegir el candidato que ellos querían. Todavía nada había ganado del todo la militancia, él no podía ser candidato, pero sin dudas que hubo un reconocimiento profundo en la fórmula que se presentó, a la tarea desempeñada por el militante en esos años de resistencia. Aquel avión aterrizó con un canto popular imposible de callar. Pese a los intentos de Lanusse por imponer sus condiciones, éste tuvo todo un pueblo en su contra, pero sobre todo, a favor de un líder al que nunca nadie pudo ganarle una elección.
El Terrorismo de Estado de 1976 en conjunto con la década menemista, llegaron en el devenir histórico con el único objetivo de continuar aquel proceso desideologizante, perverso y excluyente de ponerle fin al peronismo, sólo interrumpido con la vuelta de Perón. La desindustrialización fragmentista de la clase obrera que supo unir el peronismo, y la exclusión implicante del aumento estructural de la pobreza y la desocupación, trajeron problemas diversos en los obreros. Obreros que supieron ser parte de un fifty-fifty en la participación de las ganancias, tuvieron que someterse a diferentes rebusques como el cuentapropismo, la pérdida de la seguridad social por las tercerizaciones, la pérdida de la seguridad laboral producto de las privatizaciones, y demás políticas de achicamiento del Estado que sólo excluyeron. Esta serie de medidas no fueron debilitando al peronismo, fueron destruyendo la identidad del pueblo, y con ella, de a poco, se iba acabando ese compromiso por la causa nacional y popular. Sin embargo, ante algunas ideas neoliberales que aún subsisten en ciertas mentes, es preciso decir que no hay identidad ni compromiso militante que se pueda borrar por completo. Por eso, es necesario reconocer en este proceso que comenzó en el 2003, la fomentación de la vuelta de la militancia, del militante, que conlleva en sí, la capacidad de reconstruir aquello que la militancia de años anteriores, gracias a Perón, pudo resistir a que se destruya. Es nuestro desafío comprometernos eternamente con la militancia para que nunca más un gobierno de la antipolítica imponga reglas del mercado que sólo estrangulen el sentir popular y la movilidad social ascendente. Es a través de la política y la militancia que se dieron, se dan, y se darán, las principales transformaciones que están representadas, no casualmente, durante los gobiernos nacionales y populares.
Nota publicada en www.peronismomilitante.com.ar
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